Ante el asedio del coronavirus durante un año, las defensas de otra guerra más antigua están bajando.
Durante las dos últimas décadas, el VIH/Sida se ha mantenido a raya gracias a potentes fármacos antivirales, agresivas pruebas de detección e ingeniosas campañas de educación pública.
Pero la pandemia de coronavirus ha sido disruptiva en casi todos los aspectos de esa batalla, deteniendo a los equipos de alcance comunitario, reduciendo drásticamente las pruebas y desviando a personal de laboratorios y centros médicos.
El impacto exacto de una pandemia sobre la otra todavía está por evaluarse, pero los datos preliminares inquietan a expertos que hasta hace poco celebraban los enormes avances en el tratamiento del VIH.
Las clínicas han limitado o cancelado las visitas en persona y han suspendido las pruebas rutinarias de detección del VIH en las consultas médicas y en .
Los médicos recurren a las videollamadas con los pacientes, una alternativa inútil para quienes no tienen hogar o temen que sus familiares descubran su estatus de VIH.
Se ha suspendido el envío de furgonetas de pruebas rápidas, que antes estacionaban delante de clubes nocturnos y bares, y repartían condones. En las grandes ciudades y en los condados, los expertos han puesto toda su atención en la respuesta contra covid.
Las consecuencias son evidentes: reportó 700,000 pruebas menos de detección del VIH —un descenso del 45%— y 5,000 diagnósticos menos entre marzo y septiembre de 2020, en comparación con el mismo periodo del año anterior.
Las recetas de PrEP, una profilaxis previa a la exposición que previene la infección por VIH, también han disminuido considerablemente, según una presentada en una conferencia el marzo. Los investigadores y los departamentos estatales de salud pública han registrado un descenso igualmente pronunciado de las pruebas de detección.
La escasez de nuevos datos ha llevado a una situación sin precedentes: por primera vez en décadas, el alabado sistema de vigilancia del VIH del país no puede ver el movimiento del virus.
“Es una situación muy grave”, dijo el doctor Carlos del Río, profesor de medicina de la Universidad Emory en Atlanta y director del . “Habrá que evaluar los daños”.
Aunque el cambio de prioridades ocurre en todo el país, los retrasos en las pruebas y el tratamiento conllevan graves riesgos en los estados del sur, que son ahora el epicentro de la epidemia de VIH del país.
El sur representa el .
Incluso antes de la pandemia, Georgia tenía la mayor tasa de nuevos diagnósticos de VIH de todos los estados, después de Washington, DC. El Departamento de Salud Pública de Georgia registró un descenso del 70% en las pruebas la pasada primavera, en comparación con 2019.
La desaceleración de los servicios para pacientes con VIH “podría sentirse durante años”, señaló la doctora Melanie Thompson, investigadora principal del Consorcio de Investigación del Sida de Atlanta.
Thompson añadió que “cada nueva infección por VIH perpetúa la epidemia y probablemente se transmitirá a una o más personas en los próximos meses si no se diagnostica a las personas y se les ofrece tratamiento”.
Las pruebas de detección del coronavirus se han apoderado de los aparatos que antes se utilizaban para las pruebas del VIH/sida, lo que ha dificultado aún más los esfuerzos de vigilancia.
Las máquinas de reacción en cadena de la polimerasa —o PCR—, utilizadas para detectar y medir el material genético del virus de la inmunodeficiencia humana, son las mismas máquinas que realizan las pruebas covid las 24 horas del día.
Durante décadas, a medida que el VIH se alejaba de ciudades costeras como San Francisco, Los Ángeles y Nueva York, echaba raíces en el sur, donde la pobreza es endémica, la falta de cobertura sanitaria es habitual y el estigma del VIH es omnipresente.
“El estigma es real. Existe un racismo heredado”, afirmó el doctor Thomas Giordano, director médico del Centro de Salud Thomas Street de Houston, una de las mayores clínicas de VIH en Estados Unidos.
Los líderes políticos del estado consideran el VIH como “una enfermedad de los pobres, de los negros, de los latinos y de los homosexuales. Simplemente, no se considera algo que afecte a los grupos dominantes a nivel estatal”, agregó.
Los hombres de raza negra representan el 12% de la población estadounidense, pero son el 42% de las personas que viven con VIH y cuatro de cada 10 muertes relacionadas con el VIH.
Las clínicas de VIH que atienden a pacientes de bajos ingresos también han enfrentado limitaciones en el uso de citas por video y teléfono. Los directores de las clínicas dicen que los pacientes pobres carecen de planes de llamadas y que los que no tienen hogar simplemente no tienen teléfonos. También tienen que lidiar con el miedo. “Si un amigo te ofrece una habitación para dormir y tu amigo se entera de que tienes VIH, puedes perder ese lugar para dormir”, dijo del Río.
La porosa red de seguridad se extiende al seguro médico, una necesidad vital para quienes viven con VIH. Casi la mitad de los estadounidenses sin cobertura sanitaria viven en el sur, donde muchos estados no han ampliado el Medicaid bajo la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio (ACA). Eso hace que muchas personas con VIH dependan del Programa federal contra el VIH/ SIDA Ryan White y de los programas estatales de asistencia para medicamentos (ADAPs), que ofrecen una cobertura limitada.
“Como una cuestión de equidad, el seguro es fundamental para que las personas vivan y prosperen con VIH”, dijo Tim Horn, director de acceso a la atención médica de la Alianza Nacional de Directores de SIDA Estatales y Territoriales (NASTAD). Ryan White y ADAP “no están equipados para brindar una amplia gama de atención integral”, dijo.
Roshan McDaniel, directora del programa ADAP de Carolina del Sur, dijo que el 60% de los habitantes de Carolina del Sur inscritos en ADAP calificarían si su estado ampliara Medicaid. “Los primeros años lo pensamos”, dijo McDaniel. “Ni siquiera pensamos en eso hoy en día”.
La inscripción en el programa Ryan White aumentó durante los primeros meses de la pandemia cuando las economías estatales se congelaron y los estadounidenses se replegaron en medio de una pandemia aplastante. Y los datos de los departamentos de salud estatales reflejan el aumento esta necesidad.
En Texas, la inscripción en el programa estatal de medicamentos contra el SIDA aumentó un 34% de marzo a diciembre de 2020. En Georgia, la inscripción aumentó un 10%. Los funcionarios estatales de salud atribuyen el aumento de la inscripción a la pérdida de empleos relacionada con la pandemia, especialmente en los estados que no expandieron Medicaid.
El tratamiento antirretroviral, el cóctel de fármacos que suprime la cantidad de virus en el cuerpo y previene desarrollar SIDA, cuesta hasta $36,000 al año, y las interrupciones de la medicación pueden provocar mutaciones virales y resistencia a los medicamentos.
Pero calificar para la asistencia estatal es difícil: la aprobación puede demorar hasta dos meses y la documentación faltante puede dar lugar a la cancelación de la cobertura. Los expertos federales en salud dicen que los estados del sur en general se han quedado atrás en cuanto a la atención médica y la supresión de las cargas virales de los pacientes, y las personas con infecciones por VIH tienden a pasar más tiempo sin ser diagnosticadas comparado con otras regiones.
En Georgia, por ejemplo, casi una de cada 4 personas que se enteraron de que estaban infectadas desarrollaron SIDA en un año, lo que indica que sus infecciones no habían sido diagnosticadas durante mucho tiempo. A medida que las vacunas están ampliamente disponibles y las restricciones disminuyen, los directores de las clínicas de VIH están revisando sus listas de pacientes para determinar a quién deben ver primero.
“Estamos viendo a las personas que no nos han visto en más de un año. Creemos que son más de varios cientos. ¿Se mudaron? ¿Cambiaron de proveedores? ” dijo Carlo, el médico y director ejecutivo de atención médica en Dallas. “No sabemos cuáles serán las consecuencias a largo plazo”.